El silencio que sigue al fuego
El hallazgo de los cuerpos de los cinco miembros del conjunto musical Grupo Fugitivo en Reynosa, Tamaulipas, trasciende el mero registro de un crimen. Esta tragedia revela un mensaje oscuro sobre la realidad del arte en un entorno donde interpretar ciertas canciones puede equivaler a firmar una sentencia de muerte. Los jóvenes músicos permanecieron desaparecidos varios días antes de que sus restos fueran descubiertos calcinados.
“Lo que en otro contexto sería un caso criminal, aquí toma el tono de una escena dantesca que duele, que indigna y que obliga a reflexionar“, expresó Rubén Iñiguez en su crónica para La Voz de Jalisco.
El corrido como campo de batalla
El grupo, dedicado a la música tradicional mexicana, formaba parte de una corriente artística que incorpora el estilo del corrido alterado. Este género, influenciado por dinámicas del narcotráfico, ha permeado la cultura popular de manera tan profunda que su presencia en escenarios y medios se ha vuelto común. “No se trataba de criminales, eran músicos“, enfatizó el periodista.
En zonas dominadas por la ilegalidad, interpretar determinadas letras puede interpretarse como una declaración de lealtades. Esta percepción, en territorios donde el Estado ha perdido control, puede convertir a los artistas en objetivos.
El eco de crímenes previos
Las autoridades han señalado a supuestos miembros del Cártel del Golfo como responsables del crimen, aunque el impacto de la tragedia trasciende cualquier detención. “La escena es tan dolorosa como reveladora: cuerpos calcinados, jóvenes desaparecidos, familias en duelo y un silencio que pesa más que cualquier acorde“, describió Iñiguez.
Este no es un caso aislado. Múltiples artistas han sido perseguidos, intimidados o asesinados en diversas regiones del país por el contenido de su obra o por el público al que se dirigen. El corrido, originalmente concebido para narrar historias del pueblo y sus luchas, ha mutado en algunos casos para convertirse en vehículo de expresión del crimen organizado.
El arte bajo la sombra de la sospecha
La violencia ejercida contra el Grupo Fugitivo no se justifica bajo ningún argumento. “Ninguna letra, por provocadora que sea, merece ser castigada con el fuego“, sostuvo el columnista. El mensaje implícito en el crimen es escalofriante: la cultura puede ser sometida al control de quienes imponen su ley con violencia.
En este contexto, basta con la mera sospecha sobre el contenido de una canción, el estilo musical o un rumor para convertir a un artista en blanco de ataque. “Lo verdaderamente aterrador es que ya ni siquiera hace falta que un cantante mencione a un capo por su nombre; basta con la sospecha, con el estilo, con el rumor“, alertó el autor.
Hacia una recuperación del espacio cultural
Resulta imperativo que el gobierno reafirme su compromiso con la protección de las libertades fundamentales. “Los músicos deben poder subirse a un escenario sin temer por su vida, y las familias no deberían vivir con la angustia de que un hijo que canta puede no regresar a casa“, exigió el periodista.
La impunidad reinante no solo afecta a las instituciones de seguridad, sino que también destruye oportunidades para las nuevas generaciones de artistas. La industria musical, por su parte, debe enfrentar una reflexión profunda sobre su responsabilidad en medio de la violencia que azota al país.
El grito que el silencio no puede acallar
El crimen contra el Grupo Fugitivo no debe ser archivado como otro episodio más de violencia. “Duele por su brutalidad, pero duele más por lo que representa. Porque en sus acordes desafinados por la violencia, escuchamos el grito de un país donde hacer música se volvió un riesgo. Y donde el silencio, cada vez más, empieza a sonar como protección“, concluyó Iñiguez.