Washington actualizó sus normas aéreas autorizando nuevamente operaciones supersónicas sobre tierra, deshaciéndose de una regulación que había estado vigente desde 1973. La decisión, anunciada mediante un decreto de Donald Trump, elimina las limitaciones impuestas por el ruido excesivo de los aviones que rompen la barrera del sonido, cuyo ruido puede alcanzar los 110 decibelios.
El Concorde como herramienta científica
El mismo año que se estableció dicha prohibición, un avión Concorde fue utilizado para una misión astronómica sin precedentes desde Gran Canaria. El 30 de junio de 1973, el prototipo del Concorde se convirtió en un laboratorio volador que siguió la trayectoria de un eclipse solar total sobre África, en un proyecto conjunto entre Estados Unidos, Francia, Reino Unido y España.
El Ejército del Aire español facilitó la logística para que la aeronave despegara desde Canarias, región que por su posición geográfica se encontraba alineada con el fenómeno astronómico. La misión, coordinada desde Toulouse, requería un avión capaz de mantenerse dentro de la sombra lunar por un periodo prolongado, algo que solo era posible gracias a la velocidad supersónica del Concorde.
Modificaciones técnicas y condiciones extremas
Para convertir al avión en una plataforma de observación, se realizaron modificaciones estructurales como la instalación de ventanas de cuarzo en el techo del fuselaje, permitiendo a las cámaras capturar emisiones infrarrojas del Sol desde más de 17 kilómetros de altura. Aunque inicialmente hubo resistencia por parte de los británicos, Air France accedió a adaptar temporalmente el avión para la investigación.
Los científicos trabajaron en condiciones precarias, con espacios reducidos y sin asientos convencionales. La limpieza de las ventanas se realizó manualmente antes del vuelo, destacando el contraste entre la simplicidad de algunos preparativos y la complejidad del objetivo científico: estudiar fenómenos solares que son imposibles de observar desde tierra debido a la atmósfera terrestre.
El vuelo del eclipse y sus resultados
El Concorde logró seguir la umbra lunar durante 74 minutos consecutivos, volando a más del doble de la velocidad del sonido sobre el Sahara. Entre los pasajeros se encontraba Don Liebenberg, físico estadounidense encargado de organizar la misión, quien describió posteriormente en National Geographic cómo el cielo se oscureció completamente a plena luz del día durante el paso del eclipse.
El vuelo permitió obtener imágenes de la corona solar, una zona crucial cuyas emisiones pueden afectar satélites y redes eléctricas en la Tierra. Aunque los datos obtenidos fueron técnicamente valiosos, la mayoría no se procesó completamente ni se publicó en profundidad, quedando gran parte del material en rollos de película de 35 mm sin digitalizar.
Legado de una hazaña científica
A pesar de la limitada difusión científica posterior, la misión del Concorde en 1973 marcó un hito en la historia de la astronomía. Demostró el potencial de los vuelos supersónicos para la investigación solar y sentó las bases para futuras expediciones aéreas similares.
El vuelo también consolidó a España como un actor importante en colaboraciones científicas internacionales y en logística aeroespacial. Aunque ha pasado desapercibido para muchos, este evento simboliza una época de experimentación audaz donde se entrelazaban aviación, ciencia y geopolítica a altas velocidades.
“Para Liebenberg, el eclipse de 1973 no solo fue un experimento, sino una experiencia sensorial inolvidable: la oscuridad absoluta a Mach 2, la visión del horizonte curvado, la emoción compartida por un puñado de investigadores decididos a correr tras la sombra de la luna”
Este experimento pionero sigue resonando medio siglo después, recordándonos que, por un breve momento en la historia, la ciencia logró alcanzar la sombra de un eclipse desde el cielo, con España como testigo privilegiado.